sábado, 12 de enero de 2013

Oración en la niebla



En el crujir de los reclinatorios, en la genuflexión de las ermitas,
resiste mi alma rota, desolada
bajo el descenso eterno de la lluvia
que me conduce al centro del amor.
¿En qué lugar duerme hoy mi soledad?
¿Hacia qué dirección se mueve el río
en el que ayer nadaba mi dolor?
¿Dónde puedo encontrar la fe del niño
que hablaba con los álamos? Señor,
dame la luz que alimenta a las campanas
y a la melancolía
que respira en la bondad del pobre, dame el sol
que ahuyenta a los lagartos que nos roban.
En el lugar donde queda el corazón,
hacia la izquierda blanca de mi espíritu,
se encuentran mis palabras, la verdad
por la que día tras día lucho, sufro
y amo el pulmón de los huérfanos, la artrosis
bendita del silencio en las rodillas
enfermas del anciano que no tiene un rinconcito abierto en la humedad
de los quirófanos: ya no existe espacio
para curar su niebla, porque es pobre y solo tiene viento en los bolsillos
y en la mirada un lago de piedad para esperar la muerte. Dime ahora,
Señor, ¿porque está el hambre abierta, viva
en medio de la escarcha, y la basura
dormida en la humedad de los suburbios que habita el inocente, el niño frágil
que colecciona santos de cartón, mientras los perros negros del poder
esconden sus monedas purulentas en medio del neón de los casinos,
bajo el caparazón de las tortugas
que dejan su inmundicia en las doradas y acorazadas torres de los bancos
donde la niebla nunca podrá entrar. Señor, no queda tiempo; creo que el mundo
de aquí a muy poco va a crucificarse en una nube tóxica de amor,
y yo no habré hecho nada, y lloraré, igual que llorarán todas las sombras, todos los bosques,
todos los niños ciegos, hambrientos de justicia y de piedad. Por eso te abro hoy mi corazón
lleno de barro y hojas que supuran el miedo de los árboles y el frío de las iglesias
huérfanas de trigo. Señor, bajo la niebla dejo hoy
el musgo de mis lágrimas, la voz que no me queda dentro, el holograma de todos mis silencios,
para alzar la herida que me cubre y va creciendo aquí, a la izquierda gris de mi oración
que clama por los pobres. Es solo eso, te pido pan, ternura, nieve y sal
para curar el frío de mis ojos que ya no saben a qué lugar mirar
pues todo es niebla, una espesura atroz de espíritus que lloran bajo el cielo
tanteando en qué rincón de tierra dulce podrán abandonar todo el dolor, toda la angustia de óxido
que cubre el amargor boreal de su existencia donde hoy se pudre al sol mi fe cansada.  

      


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