martes, 23 de abril de 2013

El primer libro


      Busco entre los recuerdos el primer libro que bañó mi interior marcando mi carácter: era un cuenco de versos, de poemas para niños que, a diario, nacía entre los dedos del maestro desplegando sus alas de tenue mariposa o de girasol rampante alicaído. Lorca y Neruda paseaban por su páginas como dos príncipes lánguidos y altivos. Juan Rarmón los miraba a lo lejos, displicente, escondido en las sombras de un anónimo parterre. El libro se arrodillaba ante sus versos y en su corazón de papel crecían violetas. Desprendían sus hojas un sonido azafranado.  Una obra de texto para educar mi corazón y ponerle una horma al zapato de mi espíritu.  Era un volumen pequeño, casi humilde: una diminuta cápsula de trigo en la que cabían solemnes los gorriones y dormitaba sonámbulo el invierno cuando en el cristal de clase el viento aullaba y, sumisa,  la lluvia acudía de inmediato como una doncella aburrida y despeinada.

!Qué hermoso aquel libro en el que yo aprendí a soñar y a bailar con la luz que habita en las palabras! Quizá tuviese ochos años por entonces, pero el libro tenía la edad de las frambuesas que, año tras año, alegran los zarzales cuando arde en la brisa una luz de caramelo y el cielo se baña desnudo en las acequias. Mi infancia era entonces un lago sin orillas. En aquel librito había un barco de Espronceda y un trigal infinito donde hallaban su escondite, en los días de tormenta, cuando el aire se aherrojaba, los versos tallados de un Góngora aguileño.  Recuerdo a Machado y a Bécquer conversando entre arpas dormidas y colinas plateadas. Aquel libro era un pozo de almendros y golondrinas. Todo ocurría en su interior de un modo extraño: un tiempo de tinta sumido en una mano que sostenía la claridad del tiempo en el que el dolor fermentaba en los braseros y la pobreza era un flan de mandarina.

Hoy no sería quien soy sin las lecturas que descubrí en la magia de aquel libro. Me gustaba esconderme en las juncias de sus páginas, los días de verano, a la sombra de una higuera. Amaba, recuerdo, su hojaldre de palabras que crujían como alas de avispas chamuscadas en la superficie azul de una piscina. En el cabían los veranos y los inviernos, la nieve y el barro, la oscuridad y el viento. Pero era el verano quien más lo desnudaba. Había entre sus hojas muchos volúmenes y curvas, cintillos de niña bajo el fragor de las moreras. La poesía que guardaba era un regalo lujurioso. Es verdad que quizá llegó a mí demasiado pronto abriendo un volcán muy dulce en mi conciencia.

Ahora, después de casi cinco décadas, la idea de aquel libro se concentra en una imagen, en un puñado de rosas y emociones dibujadas sobre el silencio de un corral en el que transpira un zumbido de abejorros que no acaban nunca de irse. En ese espacio, hay un niño sentado a la vera de una cuadra, donde zurean los palomos y las gallinas forman círculos lentos picoteando la tristeza. Las chicharras laceran la ternura de la luz agrietando la siesta con su berbiquí de cuarzo. Y a la sombra de un árbol hercúleo, gigantesco, unos dedos pequeños sostienen temblorosos la belleza de un libro que transformará el verano en un bosque invisible, inabarcable e íntimo, trenzado por el rumor de la poesía y un misterio insondable, imposible de alcanzar si no es con el alma tendida en el azul.

3 comentarios:

Conrado Castilla dijo...

Yo no recuerdo cual fue el primer libro que lei, probablemente fuera una de lecturas que mis hermanos mayores tenían del colegio, pero si tengo claro que esas lecturas tempranas me marcaron mucho y desde entonces hasta hoy no dejo de tener un libro entre las manos, y de recomendar la lectura a mi hijo y a mis alumnos y me gusta leer a mis amigos.
Qué preciosas reflexiones en torno a ese librito que de niño leíste, me encantan tus palabras sencillas que emanan de esos recuerdos.

Alejandro López Andrada dijo...


Gracias, amigo Conrado, por tu hermoso comentario. Como curiosidad, pues no lo cuento en mi texto, te diré que aún conservo ese primer libro que leí de niño y tanto influyó en que, posteriormente, me dedicara en serio a la creación literaria. Te envío un abrazo cordial.

Paco Caballero dijo...

Hola Alejandro! Yo sí que recuerdo el primer libro que leí siendo niño y que me despertó la aficción a la lectura, fue "Platero y yo" y me lo regaló mi padre (Paquillo) al cual creo que conoces bien. Desde entonces no he parado de leer aunque sea a ratos perdidos.
Un abrazo.
Paco.