jueves, 5 de julio de 2012

Bibiana Murillo


La que me enseñó a ordenar las viejas sílabas que, antes de oscurecer, derrama el viento en el cansancio ocre de los árboles. Ella era, entonces, la luz de las colinas, la linde amorosa que abraza las veredas y la indolencia amarilla de los campos.

La que supo domesticar las caravanas de langostos y avispas que surcaban los caminos escritos sobre los veranos de mi infancia.

La que encerraba torcaces aleteando en el aire dulcísimo de su corazón, y guardaba un nido de nubes en un bolsillo de su mandil celeste, y me indicaba con su mano de seda la humedad del horizonte cuando el invierno dormía en los serones de los cerros famélicos.

La que siempre me dejaba un puñado de estrellas, un jazmín y un ruiseñor cuando yo tenía miedo al pie de mi almohada para que mis sueños fuesen cristalinos y saltaran las truchas en los lagos de mi alma.

La que nunca se ha muerto, pero un día se murió, se perdió caminando entre las rosas del crepúsculo (de esto ha hecho ahora un año), y no volvió, pero está aquí encerrada en mi pecho como un árbol que da sombra al dolor que oprime mi interior, un dolor que mitiga su ausencia cristalina y el olor de sus ojos que aún burbujean bajo el sol cuando miro las piedras, las nubes, los rastrojos de los veranos que ella se llevó y al mismo tiempo dejó entre mis pestañas.

La que, sin rezar nunca, me enseñó a hilvanar con fe la oración de quien espera, la que flota en lo celeste pronunciada por los vencejos, por los mirlos, por las abubillas del viento y las collalbas. La que hizo de mí el niño que ahora soy y me enseñó a ser humilde como el canto de los grillos que encienden las noches del estío con la verdad luminosa de su élitros.

Ella, Bibiana, mi amiga y mi maestra, la que me educó y me amó como a sus hijos. La que subió conmigo a los castillos que el silencio y yo edificamos en la brisa. La que me enseñó a reírme de los peces y modeló mi interior como una madre.

3 comentarios:

luis alonso dijo...

Ay, Alejandro, voy a tener que dejar de leerte: tus entradas me dan la medida de mis limitaciones; tu desbordamiento es abrumador para mi secano(de Tierra de Campos, al fin y al cabo). Todo lo que hay entre "la que nunca se ha..." y "la verdad luminosa de sus élitros" me llega al corazón, me duele... y me gusta que me duela. Y eso no está bien.

Alejandro López Andrada dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Alejandro López Andrada dijo...

No, no dejes nunca de leerme, amigo Luis Alonso, pues sé que eres uno de mis pocos lectores fieles, unas de esas escasas personas que saben captar mi mensaje y, sobre todo, me consta, disfrutan saboreando mi modo poético de expresar la realidad. Yo lo único que hago es dejarme llevar por el torrente lírico y emocional que, en ocasiones, me posee y me arrastra, aunque tengo muchas, muchísimas limitaciones literarias. No obstante, es hermoso saber que hay alguien que sabe penetrar en mi difícil universo lírico y conectar con ese mundo perdido y anacrónico que vive dentro de mí. Gracias, mil gracias, amigo, por estar emocionalmente cerca y animarme a escribir. Abrazos.