sábado, 28 de julio de 2012

Soledades


Nadie penetra nunca en mi silencio.
Cuando huyo de mí
hay kilómetros de sombra
que siguen mis pasos para recoger el sol
disuelto en la tierra 
sin fondo de mi olvido que la esperanza antaño acarició.
Nunca vi el cielo tan alto
ni tan lejos,
pero la claridad persiste en mí,
aunque nadie visite el silencio de mi alma.
Soy el músico triste
abandonado en una sala
donde hace un milenio el baile terminó.
Ya no suenan violines,
la orquesta se ha marchado
y la última estrella del cielo se ha hecho gris.
La soledad se yergue como un álamo
hundido en la arcilla
sin nombre de un rincón,
donde la vida fue un pájaro enjaulado
que, a veces, mis dedos rozaron
confundidos
como si el cielo cupiera en la raíz
de una lágrima efímera. No nay nadie en mi dolor,
mi corazón se llena de manzanas
que se pudren despacio abandonadas por la luz
que aún me sigue habitando,
cuando nadie entra en mi alma
y en mi silencio lloran las palabras,
los susurros perdidos, las caricias
que, en la tierra
de mi alma hecha olvido, humedecerá la ausencia
borrando los signos, las huellas del amor.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Eres capaz de poner palabras a sentimientos comunes, muchos otros carecemos de esta habilidad. Un abrazo de tu vecina de arriba

Alejandro López Andrada dijo...


Muchas gracias, vecina de las alturas, por compartir mis sentimientos y emociones y, sobre todo, entender mis palabras a veces desoladas. Recibe tú también un cálido abrazo de tu vecino de abajo.