A la izquierda de mi corazón hay muchas nubes, pero a la derecha hay piedras, fango, ortigas, y una oscuridad grande y vomitiva. ¿Hacia dónde ir entonces? ¿Hacia dónde caminar con los ojos abiertos y el alma traspasada por una rabia imposible de medir? Se nos hunde el mundo, la realidad que nos rodea, y no hacemos nada para luchar contra el vacío, contra la barbarie que se ha instalado en torno nuestro. Reconozco que hay motivos para el desánimo. Poco puede hacerse contra el imperio del dinero. Pero, aun así, debemos de luchar y, sobre todo, hay que resistir. Los ricos (esa gente oscura y miserable) han puesto sus reglas de juego sobre el tapete y exigen que las aceptemos sin rechistar. ¿Para qué han servido tantos años de noble lucha consiguiendo avances sociales y culturales? Hace sólo unas noches, daban en televisión la terrible noticia de que aquí, en nuestro país, cuando tanto se habla de la podrida economía, los ricos más ricos han aumentado su fortuna en un veinticinco por ciento y, entre tanto, a los pobres les sigue creciendo su pobreza. La sociedad española se ha fragmentado y el leve equilibrio económico y social que, en las últimas décadas, se iba consiguiendo ha sido dinamitado por los de siempre, por los gerifaltes y mangantes de baja estofa que mueven los hilos desde su refugio ruin. Son unas ratas sectarias, nada más.
Para ellos, al final, sólo somos marionetas. Les importa un carajo que la miseria nos devore y nos envuelva la baba del dolor. Quisiera seguir, pero apenas tengo ánimo para describir lo que vi en la caja tonta hace sólo dos noches, cuando unas señoras cursis, de aire altivo y pedante, hablaban de su alto poder adquisitivo mientras dilapidaban cifras astronómicas de dinero en tiendas de lujo hechas a su medida. De ese modo mostraban su elevado status social.
No aguanté mucho tiempo y apagué el televisor apenas oteé el ambiente de Marbella y el de los hoteles más caros de Madrid. Hice zapping y, en otra cadena televisiva, encontré la miseria, el atraso y el dolor que flotaba en el aire de una tribu brasileña perdida en la densa selva del Mato Grosso. Sin embargo, al instante, comencé a sentirme bien. Paradójicamente, percibí algo milagroso cuando vi que en mitad de la selva, en la espesura, unos chavalines desnudos y churretosos, masticaban y saboreaban la pobreza con una alegría difícil de expresar. Eran felices en medio de la nada, en el culo del mundo, en el olvido más atroz. Medité y permití que las lágrimas corriesen por los surcos más hondos de mi fragilidad y, al instante, dejé que mi corazón tomase por si solo el camino más próximo a la luz. Y escogió el de la izquierda, a pesar de que, actualmente, floten sobre él densas nubes, espesos cúmulos, cubriendo un azul en otro tiempo claro y limpio, un azul cimentado en tres símbolos gloriosos: libertad, igualdad y fraternidad, tres principios que algún día volverán a resurgir cuando el poder de los ricos se diluya y, de nuevo, se les devuelva a los más pobres la dignidad que hoy se le está robando y ellos vuelvan a ser los herederos de la Tierra, los verdaderos artesanos de la Luz, los constructores de un cielo aquí, en el mundo, hecho a base de amor, ternura y libertad.
1 comentario:
Sino fuera porque lo que cuentas es tan real, es la vida, esto es lo que a veces nos negamos a ver, pero está ahí, la gente es feliz sin nada, y hay gente que teniéndolo todo, es infeliz.
En fin, en el ser humano hay de todo.
Publicar un comentario