La altitud del silencio y el sigilo del azul, bostezando entre flecos de nubes, sostenían la pudorosa sorpresa de mis ojos. La línea gris del asfalto era una sierpe retorciéndose entre pinos y olivares. Paco Serrano hablaba de leyendas que abrigaba la sierra y conducía el automóvil con una reconfortante suavidad. Entre tanto, María del Valle, su mujer, iba musitando anécdotas felices, nostalgias enraizadas en aquel trozo de paisaje que engullía, sin prisa, el dolor de los barrancos y el anaranjado temblor de los quejigos. La mañana se alzaba y, al instante, se inclinaba reptando entre chopos y arroyos de cuarcita. Íbamos entre curvas, masticando el sustancioso nervio de la luz, la claridad que se iba aposentando sobre arbustos y árboles como una flor famélica.
Llegamos, al fin, a la venta de la Maña y allí tomamos un camino, algo escarpado, que nos adentra en la carne de la sierra, en la neblina azul de la montaña. Vamos hacia el corazón de la espesura, hipnotizados por la Naturaleza que nos escolta a ambos lados del sendero. Luego, una casa amable nos recibe, cogemos leña y hacemos la candela. Radiografiamos la alta claridad que nos ofrece el cielo en ese instante. Fuera hace mucho frío y, sin embargo, reconforta el sol harapiento, desvaído, que rueda y vagabundea por los montes. Paco Serrano, ya dentro de la casa, mueve un sartenón de migas con ternura, con una lenta y azul morosidad que es casi amor. Entre tanto, los demás hablamos, bebemos, avivamos con nostalgia la frágil fogata del tiempo ya perdido. Nos aferramos, un instante, a los aromas que la destreza de Paco ha derramado: un olor sustancioso de pimientos, de sardinas, de bacalao y chorizo. Es un milagro poder compartir tanta felicidad entre los amigos de un modo tan anárquico y, al mismo tiempo, tan limpio y placentero. Las migas ya se han dorado y, al instante, nos vemos sentados alrededor de una gran mesa. La enjundiosa comida anuda la amistad, nos devuelve la magia incólume de la infancia, la luz familiar de las matanzas que se fueron. Ángela y Serafín, Antonio y Laura, María del Valle, mi mujer y yo elogiamos, con mucho entusiasmo, al cocinero. Paco Serrano, tan diestro en el manejo y en el análisis de las Lenguas Clásicas, domina con un pulso sublime, extraordinario, los secretos y misterios del arte culinario. Un hombre culto y sensible, gran cinéfilo, experto en mezclar los sabores y las texturas que ofrece la rica cocina de la tierra.
Después de la rica pitanza, paseamos por un paisaje hechizado, misterioso, lleno de lindas vaguadas y altos cerros. Sentimos en la sangre la inocencia milenaria de una sierra virgen hasta hace pocos años. Y en el silencio arden nuestras voces, crujen con una especial melancolía. Se oye un vareo de olivos y, en la brisa, se mece el murmullo de los aceituneros. Nosotros subimos y bajamos, mientras tanto, el carrusel feliz de una montaña desde la que se divisa un horizonte ahogado entre cerros y nieblas vespertinas. Miro el reloj: las seis y cuarto de la tarde y observo, asombrado, que no existe aquí el crepúsculo y que las nubes altas, desflecadas, no se vuelven rojas, ni siquiera un breve instante, ni adquieren un leve matiz anaranjado antes de pasar al gris plomo de la noche. ¿Dónde se ha escondido el granate del ocaso? Subimos al coche y volvemos a deambular, ya en la oscuridad, entre cerros que se ondulan. Media hora después, llegamos a Pozoblanco con la sensación de haber vivido varias horas sumergidos en el aura de una extraña dimensión, en el ángulo de un paisaje excepcional donde no existe la geometría del tiempo y no tiene razón de ser ni cabe el olvido.
4 comentarios:
Los profanos nos preguntamos: ¿Cómo pueden dar tanto de sí unas migas? Un abrazo.
Amigo Miguel, los ratos con los buenos amigos dan para un escrito y para cien más. ¿No recuerdas aquella experiencia que ambos compartimos con el gran Juan Lanchas, cuando lo del chorizo de becerro? Seguro que lo recordarás con tanto cariño como yo y eso que ocurrió hace ya tres décadas. Ahora me preguntabas que cómo puede dar tanto de sí "unas migas". Bueno, pues ahí, en lo del "chorizo de becerro", tienes la respuesta. Aunque hace mucho tiempo de aquella tertulia amenizada y organizada por el filósofo Juan Lanchas, seguro que, si me pusiera a ello, escribiría una larga página rememorando tal evento filosófico-gastronómico. En aquella reunión, como tú sabes, esstuvieron los mejores filósofos de nuestro pueblo: Miguel Juanón, el chache Quico, Martínez (tristemente ya fallecido), etc... Aquella fue una experiencia cálida y entrañable, como la que rememoro en esta entrada que titulo "Unas migas serranas". En fin, fuera ya de bromas, que es un placer tener buenos amigos, como es tú caso, y recordar los buenos momentos vividos en armonía. Gracias por entrar en este blog y enriquecerlo con tus comentarios. Un abrazo.
El incansable cocinero de metáforas y otros aderezos que es mi amigo Alejandro ha convervito la experiencia de un día amable
en un hermoso relato, evocación de nuestra sierra cordobesa y de nuestra amistad. Gracias, Alejandro. Paco Serrano.
Amigo Paco, gracias a ti por estar ahí y ser un amigo fiel, verdadero y constante. Además de ser un buen cocinero, destacas en la destilación de frases geniales y sentencias filosóficas profundas y genuinas, algo que, como bien sabes, Serafín y yo apreciamos y valoramos mucho. Recibe un abrazo de tu amigo, Alejandro.
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