miércoles, 16 de mayo de 2012

Indignados

No sirven los gestos ni el resplandor de las palabras cargadas de rabia para transformar el mundo. La rebeldía es un tarro de cristal que la realidad, tan pútrida y vulgar, al chocar contra ella  fragmenta en mil pedazos de impotencia, dolor, desaliento y amargura. Nada podemos hacer contra los poderosos que no sea protestar y echar a la calle nuestra voz aunque, al final, el silencio la devore y arroje su luz entre las pústulas del miedo, donde teje el olvido la faz de su refugio. Donde habita la dignidad no cabe nunca el discurso falaz y febril de los banqueros que abonan la luz con el olor de sus miasmas.

En el reino oscuro del capitalismo sobran los pobres, los puros, los inútiles, los que tienen los ojos y el corazón atravesados por la cálida espina de una esperanza inútil. ¿Quién no se siente indignado en estos días gobernados por el despropósito de los bancos y la vergonzante actitud de sus compinches que dicen representar la voz del pueblo? No queda ni un hueco de cielo donde esconder la prístina luz que aún nos queda en las entrañas a los que esperamos el regreso del amor, la justicia social y el respeto a los más débiles. Se ha cumplido ya el primer aniversario de la justa y feliz acampada en la puerta del Sol; sin embargo, no se ha conseguido nada: la sociedad es más injusta hoy que ayer y en el corazón estercolado de los ricos hay aún más ortigas, más zarzas y más culebras. El capitalismo es una araña con cien patas y vivimos en su vientre, ahogados en su veneno.

Hay motivos por tanto para la indignación, para la rebelión, para una honda rebeldía que debe crecer y elevarse, en el silencio, igual que una madreselva sobre el aire de esta sociedad dirigida por los banqueros para, de este modo, asfixiar muy lentamente el orgullo, el desprecio y la altiva indiferencia que estos prestan a quienes lo han perdido todo y viven inmersos en un charco de amargura. Debemos atar nuestro aliento a los que sufren. Para su consuelo no sirven las palabras, pero sí el resplandor, la emoción de esa pureza que, a veces, brota y se eleva del vacío que habita en el pecho y se transforma en un instante, al mirar la sonrisa de un hombre que está en paro y no tiene nada que no sea su dignidad, en un turbión misterioso de esperanza cosida por un hilo muy blando de alborozo, un  raro alborozo pequeño, circular, donde se mezclan la rabia y la ternura.

2 comentarios:

Conrado Castilla dijo...

Yo también tengo motivos para la indignación: no soy rico pero como tengo un sueldo fijo al mes pues nada a pedir perdón ya que se supone que soy un privilegiado y en la vida todo me ha sido regalado. Pero ni yo ni la mayoría de la población somos ahora privilegiados sino indignados porque las cosas están como están, porque tenemos que escuchar todos los días lo bien que vivo. En fin que no me resigno y por ello en su momento iré a la huelga para defender lo que tanto me ha costado conseguir, aunque sirva de poco y nome callo cuando alguna gente critica por criticar, miente y manipula para que los demas no podamos decir lo que pensamos. Me gusta lo que has escrito y lo comparto.

Alejandro López Andrada dijo...

Gracias, amigo Conrado, por sentirte al lado de mis emociones y mi sentimiento de impotencia y rebeldía. Eso dice mucho de ti. Yo siempre supe que tu corazón estaba al lado más frondoso, y al mismo tiempo más puro, del camino. Abrazos.