domingo, 11 de diciembre de 2011

La heladería de Pozo

Susi Pozo hoy me ha entregado un par de fotos que estaba esperando desde hace mucho tiempo. En ellas aparece la imagen de su padre, al que yo tanto quise y aprecié cuando era niño. Él tenía, por entonces, la heladería en la carretera, a sólo unos pasos de donde vivían mis abuelos Alejandro y Matilde. !Hace tantos días...! Pero ellos aún no se han ido, ni están muertos. Cuando cierro los ojos los siento respirar muy dentro de mí, sentados en mi nostalgia bajo un emparrado de uvas vespertinas que dora el temblor cobrizo de una feria en la que aún sigo escondido, degustando un helado muy dulce que Pozo me ha entregado. Más de una vez, en las tardes de domingo, cuando el verano tendía su corazón sobre el silencio amarillo de las eras, yo le pedía a mi abuela seis reales y me acercaba a la heladería de Pozo a comprar algún polo o una de aquellas granizadas que sabían a gloria e impregnaban todo el aire de un olor a limón mezclado con vainilla, un aroma que aún flota en las calles de mi sangre sustentando la luz de un cielo esbelto y limpio.

De Manolo Pozo recuerdo muchas cosas: su amable sonrisa abierta entre las sombras, acoplada a la brisa que dormía en los eucaliptos a sólo unos pasos de su heladería, su voz de un tono muy suave, mentolado, y el don que tenía de hacer felices a los chiquillos que, por cualquier motivo, a él se acercaban. Precisamente en una de las fotos que su hija Susi acaba de entregarme, aparece Manolo ofreciendo su sonrisa envuelta en un polo a un chaval de ocho o diez años, mientras otros niños esperan expectantes, todos puestos en fila, a que el heladero los atienda y les venda un polo o una granizada. A uno de esos muchachos lo he reconocido: es Manolo Guerrero Viñas, un amigo mío que vive, desde hace tiempo, en Barcelona. Seguramente él no tendrá esta foto -ni siquiera recordará que se la hicieron-, pero yo he encontrado en la imagen la razón que hace más de tres años me movió a escribir la historia que verá, al fin, la luz dentro de unos meses. Ahí, en el espacio donde se fraguó esa imagen, que volando en el tiempo ha llegado intacta a mí, observé en el verano de 1965 el rostro de Natalie Wood en un banderín que había colgado en un rincón de la pared inundando la estancia de un lirismo fascinante. La actriz, de inmediato, me pareció bellísima y me enamoré perdidamente de sus ojos. Aquel verano yo tenía ocho años y mi abuelo Alejandro aún no estaba muerto. Al fin y al cabo, el tiempo es una anguila que, a su modo, se escurre entre los flecos del espíritu con una velocidad aterciopelada. Sin embargo, escondido en sus aristas y recovecos, el azar ha querido hoy darme una sorpresa ofreciéndome en esa instantánea intemporal que esta mañana Susi me ha dejado la razón o el motivo esencial de mi novela "Los ojos de Natalie Wood": al escribirla logré rescatar la felicidad perdida que se hallaba en el vientre de los días que se fueron e inmovilizar, con la heladería de Pozo, la emoción de aquel banderín que representa la identidad de un sueño cristalino, la ilusión de un niño que empezó a sentirse hombre cuando se enamoró de unos ojos inalcanzables.

3 comentarios:

Paco dijo...

Hola Alejandro, Este elogio a Manolo Poza me ha traído muchos recuerdos, tambien pase mucho tiempo en la heladería cuando estaba en el Pueblo.

Un abrazo tu primo Paco

Alejandro López Andrada dijo...

Me alegra muchísimo saber, Paco, que este artículo te ha transmitido emociones trasladándote a los buenos días de la infancia, cuando veníais tu hermano Rafa y tu de Francia con tu querida madre, Remedios, al pueblo. Jamás olvidaré aquellos veranos, cuando nos veíamos en tu casa y yo siempre te preguntaba por cosas de ese país para mí tan lejano en que tú entonces vivías. En cuanto a Manolo Pozo, verdaderamente era un hombre muy cálido y cariñoso con los niños. Su heladería, como recordarás, tenía algo mágico y peculiar, que no se puede explicar bien con palabras; pero, sobre todo, aquel rincón familiar, tan recoleto e íntimo, flotaba una gran paz y una especie de felicidad limpia que se me quedaban grabadas en el espíritu. Por eso le dedico a Manolo pozo un capítulo entero en mi nueva novela, "Los ojos de Natalie Wood", que verá la luz, si Dios quiere, el próximo marzo de 2012. Por otro lado, es un lujo poder compartir sentimientos y recuerdos con gente como tú para rememorar, y reedificar en nuestro interior, lo mejor de los días perdidos. Gracias, Paco, por entrar en mi blog. Recibe un abrazo de tu primo, Alejandro.

Toñi Romero dijo...

Gracias por tus palabras tan cariñosas, recordando a mi padre. Me ha gustado mucho y también me ha hecho recordar aquel tiempo. Un abrazo. Susi del Pozo