Es curioso como el tono de una canción (el esbozo de una melodía lejanísima) nos lleva, al oírla, de repente y sin pensarlo, a un lugar luminoso y concreto de nuestra nostalgia. Hace ya unas semanas, a mitad del mes de diciembre, prometí a un amigo evocar en este blog una grata experiencia que ambos habíamos compartido muchos años atrás, cuando éramos pequeños y los días transcurrían con el paso perezoso, singular y agradable, de los mastines en el verano. La verdad es que me apetecía escribir de aquello; sólo había que esperar la visita de las musas o de la inspiración, pues sin ellas no soy nadie. Luego, me fui olvidando del asunto, pero, de repente, esta tarde entré en you tube y hallé casualmente una vieja canción de los 60 que me hizo rememorar nítidamente, con una consoladora exactitud, los viajes que hacíamos en el coche de mi padre (un humilde Seat 600 de color gris) cuando íbamos de pesca a cualquier pantano por carreteras estrechas y bacheadas que parecían conducir a ningún lugar aunque, al final, siempre daban con el agua y una orilla de juncos tras la que saltaban barbos y, a veces, unas carpas soberbias, formidables, que la luz del sol irisaba tiernamente sobre el mantel del claro mediodía.
Eran jornadas de pesca deportiva en las que se mezclaban el ocio y la paciencia con una alegría insólita, sonora. Todo eso ha acudido a mi mente hace unas horas, cuando oí en you tube la canción "Todo cambió": una linda versión de "No milk today" de "Herman´s Hermits", interpretada por el grupo Los Gatos Negros. Ese mismo tema antaño sonaba en mi interior, hablo de 1967, muy concretamente un día que fuimos a Puente Nuevo y Quico Murillo, el padre de mi amigo Antonio (a quien le prometí un día escribir de esto), nos iba contando a su hijo y a mí una hermosa historia que hablaba de un bandolero de la zona, según él le llamaban "Antoñito el Vagonero", que extraía la pólvora de las cáscaras de naranja y con ella cargaba la munición de su trabuco. El relato, aparentemente ingenuo e insulso, en los labios de Quico adquiría una dimensión no sólo atractiva, sino épica y romántica. Recuerdo a mi amigo Antonio (menor que yo cuatro o cinco años) absolutamente absorto, embelesado ante la hipnótica voz de su progenitor que nos iba sumiendo a los dos, sedosamente, en una especie de éxtasis campestre, pues la sierra estallaba en una gama extraordinaria de cuarzos y rubíes, de esmeraldas y zafiros, con su manto de jaras, zarzas y lentiscos florecidos bajo la majestad de un cielo cálido sobre el que remaban veloces las torcaces y las primeras tórtolas de mayo. El discurso de Quico se prolongaba amenamente. Y mi padre ensalzaba la perorata de su amigo, quien iba adornando su relato sabiamente con un largo aparato de verbales pirotecnias y la fibra inaudita de un excepcional gracejo que a su hijo Antonio y a mí nos encandilaba, de tal modo que, finalmente, el otro y yo acabábamos viendo a "Antoñito el Vagonero" a la grupa de su albo caballo por la sierra sosteniendo en su mano el trabuco fantasmal con una grave y sórdida elegancia. Todo esto ocurría en 1967, por la carretera de Córdoba, junto a Espiel, y yo era sólo un chiquillo de diez años que llevaba grabada en su mente una canción, la versión de "No milk today", de Los Gatos Negros, una melodía de tanta solidez que, al volverla a oír esta tarde, ha removido las raíces de mi nostalgia y me ha ayudado a ofrecerle a Antonio Murillo, con afecto, este pequeño fragmento del ayer envuelto en la luz recordada de su padre, un hombre sencillo, dueño de un humor genial, que hizo que aquellos viajes hacia el pantano siempre fueran de un tono mágico, celeste, aunque ahora los vea pintados en tono ocre, el viejo color de la pólvora inaudita que un bandolero olvidado de la zona extraía, bajo el resplandor del sol, amparado por el abrigo de la sierra, de una humilde y frágil cáscara de naranja.
3 comentarios:
Querido amigo Alejandro, con esta historia de la pólvora que siempre recordamos cuando nos vemos, me vienen a la memoria recuerdos inolvidables con nuestros padres cuando íbamos a pescar por esas carreteras llenas de baches y curvas, y en esos viejos cacharros. Es verdad lo que dices que me quedaba embelesado cuando mi padre contaba la historia de “Antoñito el vagonero”, de hecho estaba deseando volver a pasar otro día para que me la volviera a contar una y mil veces, el Quicolaches(mi padre), era una gran narrador, y daba a cualquier historia que contaba una dimensión tal que parecía totalmente real, y que aunque supieras que no lo era, te daba igual, a mi me gustaba que fuera como él la contaba. Gracias Alejandro por compartir este pequeño recuerdo de nuestra infancia en tu blog, y espero que sigas contando muchas historias de nuestro pueblo y de nuestras vivencias de esa forma tan genial, que siempre tocan nuestro corazoncito.
Un fuerte abrazo amigo,
Antonio Murillo
Querido amigo Alejandro, con esta historia de la pólvora que siempre recordamos cuando nos vemos, me vienen a la memoria recuerdos inolvidables con nuestros padres cuando íbamos a pescar por esas carreteras llenas de baches y curvas, y en esos viejos cacharros. Es verdad lo que dices que me quedaba embelesado cuando mi padre contaba la historia de “Antoñito el vagonero”, de hecho estaba deseando volver a pasar otro día para que me la volviera a contar una y mil veces, el Quicolaches(mi padre), era una gran narrador, y daba a cualquier historia que contaba una dimensión tal que parecía totalmente real, y que aunque supieras que no lo era, te daba igual, a mi me gustaba que fuera como él la contaba. Gracias Alejandro por compartir este pequeño recuerdo de nuestra infancia en tu blog, y espero que sigas contando muchas historias de nuestro pueblo y de nuestras vivencias de esa forma tan genial, que siempre tocan nuestro corazoncito.
Un fuerte abrazo amigo,
Antonio Murillo
Querido Antonio, me alegra saber que mi escrito "La cáscara de naranja" te ha removido la nostalgia y te ha hecho viajar mentalmente a aquellos extraordinarios e inolvidables días de nuestra niñez.Verdaderamente, tu padre, en paz descanse, era un hombre dotado de un sentido del humor y de una gracia natural fuera de lo común. Para mí fue un lujo conocerlo y, a la vez, supuso una inmensa felicidad, una infinita alegría, compartir con él tantos buenos momentos, mágicos y entrañables, en aquellos días que íbamos a pescar barbos y carpas al pantano de Puentenuevo o a la charca de San Pedro, junto a Peñarroya. Te confieso, Antonio, que siempre llevo a tu padre en el corazón, pegado al temblor de mi alma, pues para mí fue alguien que pertenecía a mi familia,el mejor amigo de mi padre, una persona honda, limpia, sencilla, tierna, cálida y admirable. En mi corazón de niño dejó una gran huella. Jamás lo olvidaré. Recibe un sincero abrazo de tu buen amigo, Alejandro.
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