martes, 7 de febrero de 2012

Las candelas de El Viso

Esta noche he quitado el candado a mis palabras. Ahora las dejo que fluyan nuevamente y caminen sin miedo abriéndose paso entre las sombras, en el vano silencio que, hasta hace poco tiempo, apenas unas horas, las ahogaba y oprimía. Parece ser que he vencido a la tristeza y al desánimo atroz que me estaba devorando. Ahora la claridad vuelve a habitarme. Hace sólo unos días (exactamente el sábado) intenté escribir, pero no me salía nada. Me apetecía narrar las sensaciones que había vivido aquella misma tarde en las calles de El Viso, el pueblo de mis ancestros, donde mi corazón se hace vigía y siempre contempla la luz de un tiempo herido que, aunque yo no habité, me pertenece de algún modo.

Hay algo en las calles de El Viso que me atrae y me hace sentir una sensación muy rara, vagamente triste y dulcísima a la vez, como si yo hubiera estado siempre allí, desde mucho tiempo antes de nacer y aún siguiera respirando el mismo aire que, desde entonces, alimenta mis pulmones. Quizá es porque mi abuelo Alejandro respiró, en los días de su infancia, la atmósfera sutil de esas calles y rincones que fulgían la otra noche como si fueran pétreas luminarias, resplandecientes moradas de un festivo transitar de gente que iba de un lado para otro contemplando un feliz decorado de muñecas y atractivas escenas cargadas de alegría. Siempre me dijeron, desde que era muy pequeño, que mi abuelo Alejandro y yo nos parecíamos. Quizá por eso me guste tanto El Viso, porque él era un enamorado de su pueblo. Se consideraba un viseño de pura cepa. La otra tarde, es verdad, lo recordé muchísimo. Yo, lo mismo que él, llevo a El Viso en mis entrañas.

El sábado lo volví a sentir de nuevo. Atraído por el imán de las candelas, me dejé habitar por las pavesas y los murmullos de una gente entrañable y cálida, atentísima, que contagia con su entusiasmo al visitante. Por eso debo decir, y reconocer, que al Viso llegué desanimado, roto, y, pese a lo desapacible de la tarde, volví a casa con el espíritu habitado, además de por el resplandor de las candelas, por una alegría difícil de explicar, una alegría azul, reconfortante, que me hizo ver, y entender, que allí en El Viso tengo una parte de mí, un trozo de aire, un pedazo de tiempo que viví antes de nacer y llevo escondido en lo más hondo de mi ser, donde se abrazan, de un modo luminoso, mi modo de ser y los genes de mis ancestros. No en balde me llamo Alejandro, como mi abuelo. A él también lo inundaba, aunque nunca escribió un verso, lo mismo que a mí, el espíritu de la poesía.

2 comentarios:

juan carlos dijo...

espero que en cada viaje te lleves algo nuevo...... he pegado el enlace en el grupo de viseños por el mundo de facebbook , para que todos los viseños dentro y fuera de su pueblo difruten con tu blog. saludos de juan carlos

Anónimo dijo...

Poetica cronica de la fiesta de la candelaria de El Viso.