miércoles, 25 de abril de 2012
En las zarzas
El paisaje de abril esta noche es un mosaico donde el campo incrusta armónicas teselas de soledad y feliz melancolía. Hay un pentagrama líquido, febril de notas que suben hasta la casa desde un pozo ahogado, desde hace décadas, entre zarzas. Abro la puerta. La oscuridad me acoje en su seno aromado a esta hora por las notas de un delicado concierto cristalino. Chillan los alcaravanes confundidos, van de un lado a otro arrastrados por el aire, despeinando retamas, bajo un novilunio leve.
Me entrego a la noche y mi espíritu se escapa, se eleva y se ensancha como un bol de turmalina que pertenece al espacio, al infinito donde se erige la paz de lo inasible, la eternidad feliz de las esferas. Si cerrase los ojos aquí, en este momento, y los dejase vagar por mi interior, ajenos al respirar de las encinas, la soledad me convertiría enseguida en la delicada y trémula semilla de un pensamiento olvidado en el paisaje.
Sólo eso sería: una trémula semilla. Sin embargo, el concierto sagrado, vaporoso, de un ruiseñor escondido entre las zarzas (hace sólo unos días volvieron), me devuelve, hilando un gran bosque de arpegios cristalinos, la alegría de estar en el mundo, la emoción de saber que soy luz, misterio, brisa y hierba. Cuando vuelvo a la casa, el campo me habita como un río en el que dejo fluir mis emociones y en mi corazón cabe el universo.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario