lunes, 21 de mayo de 2012

Café Molar

         No sabría describir ahora mismo, en este instante, lo que sentí durante la presentación de mi nueva novela en el Café Molar. Fue hace sólo unas tardes en el corazón de la Latina (un barrio puro y castizo de Madrid), y aún lo siento todo demasiado cerca, como si mis ojos siguieran sumergidos en aquella  magnética atmósfera del bar donde flotaba una luz lenta, ambarina, en la que se amontonaban las palabras y, a la vez, las miradas de gente que yo aprecio y vive encofrada en las galerías de mi espíritu como un enjambre de abejas vespertinas  que portan el polen de una luz que no oscurece y se alimentan de un aire hecho de abrazos.

El café estaba lleno de una lírica amistad, de emociones y afectos que borraron, de inmediato, la tristeza que en mí aún permanecía sedimentada en estratos de barro y láminas de estiércol. A veces los días se me pudren lentamente y su olor diluye el temblor de la alegría que en mí se agiganta cuando me hallo en  casa a solas, recluido en mí mismo,  frente al sonido de los campos tendidos ante mí como lágrimas de plata.

          En el café Molar sentí, de pronto, una felicidad hecha de murmullos, de esos que acerca el silencio de los campos cuando la noche penetra en el paisaje y todo se viste de una oscuridad gozosa que en mi interior resplandece como un ángel escoltado por un ejército de autillos. Allí, en el café Molar sentí lo mismo: ese resplandor feliz que huele a hierba y a un claro de bosque tejido por los pájaros. No diré ningún nombre, porque todos los amigos que estuvieron  acompañándome esa tarde llenaron con su presencia la orfandad de felicidad que en mí empezó a adensarse  a raíz de volver feliz de Barcelona para hundirme de nuevo en el glaciar de mi trabajo, donde sólo encuentro las sombras de mí mismo, la parte más torpe y oscura que me habita, la que hace de mí un mendigo desnortado.  Es como si experimentase últimamente que vivo sumido en dos dimensiones antagónicas: en una de ellas, disfruto y soy feliz; en cambio, en la otra siento el frío del del fracaso, un hundimiento infinito e insoportable. Por eso sentí en Madrid, en el café Molar, cuando presenté mi novela, esa emoción que sólo me asalta cuando vibra en torno a mí el aliento feliz de la gente que yo amo, ese grupo de amigos que me aceptan como soy, con mis virtudes, mis fallos y mis sombras, unas sombras que, a veces, destellan tanta luz que hacen que mi corazón sea transparente y lo parta, lo saje y lo entregue fragmentado, aunque lleno de un amor inmenso, astral, a quienes merecen llamarse mis amigos, en los que no cabe la noche sino el alba.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Amigo Alejandro: reconozco los efecos de esa acedía que a veces nos lleva a dudar de la utilidad de nuestra propia existencia, de ese abatimiento influjo de Saturno; pero tú contribuyes no poco a ahuyentarla con tus frecuentes y luminosas palabras, siguiendo en esto a nuestro Miguel de Cervantes, quien en el Viaje del Parnaso decía: "Yo he dado en Don Quijote pasatiempo al pecho melancólico y mohíno, en cualquier sazón, en todo tiempo" Gracias, y un abrazo. Máximo Higuera.

Alejandro López Andrada dijo...

También te agradezco yo a ti, amigo Máximo, el apoyo que le prestas a mi obra literaria y a todo lo que escribo. Me alegró mucho verte allí, en el café Molar, cuando la presentación de mi novela. Además, fue muy grato conocerte en persona. Espero poder verte pronto en nuestra tierra. Abrazos.

luis alonso dijo...

Estuvo bien ese acto, Alejandro. Me gustó conocerte, o mejor dicho: reconocerte. Digo esto porque observándote primero y escuchando tu voz y tus palabras después, tuve la percepción de que ya te conocía desde hace no sé cuánto tiempo. En todo caso, fue un gusto ese saludo, ese breve encuentro. Un abrzo. Luis.

Alejandro López Andrada dijo...

También fue un lujo para mí saludarte, Luis Alonso, y charlar, aunque fuese brevemente, un rato contigo. Es muy hermoso hacer nuevos amigos y compartir emociones y sentimientos con gente interesante -como tú- con la que uno conecta de inmediato. Muchas Gracias por acompañarme el día de la presentación de mi libro en el café Molar y, sobre todo, gracias por sentirte cerca de mí. Recibe un cálido abrazo de tu amigo, Alejandro.