sábado, 19 de noviembre de 2011

Jesucristo

Mi madre me habló mucho de él cuando era niño, y yo lo veía sentado en una nube, supervisando el vuelo de los pájaros como un patriarca dueño de lo eterno sumido en la nieve azul de las estrellas, labrando la esbelta armonía del espacio. Para mí era el hijo de Dios, la Luz más alta. Desde aquellos días empecé a mitificarlo. En mi fe infantil no cabía ni una grieta. Mi catequista afirmaba contundente en la lentitud glaciar de los domingos -su voz recogía la paz de la parroquia- que el Hijo de Dios, como un círculo de pan, estaba escondido en la Hostia Consagrada. Y yo las creía a ella y a mi madre, y nunca dudé de que él viviese allí, en el recogido silencio del sagrario custodiado por el titilar de un par de velas y el bisbiseo sutil de alguna anciana que rezaba el rosario con un profundísimo respeto arrodillada sobre un reclinatorio. Esa era la imagen que, entonces, tenía del Señor. Pero mi visión de Jesús fue transformándose, cuando dejé el envoltorio de mi infancia atado a la inercia de los confesionarios como la camisa antigua de una sierpe y seguí los ejemplos del Papa Juan XXIII atándome al pulso de los hombres más sencillos. Necesitaba sentir a un Dios cercano, escondido en el paso gris de los mineros que un día regresaban a casa sin trabajo, sumergido en la voz sin luz de los pastores que habitaban la angosta penumbra de algún chozo, un Dios que dormía en la humildad de las retamas que adornaban el templo azul de la dehesa y acariciaba el rostro de los huérfanos que vagaban sin rumbo por las calles de mi barrio. Así conseguí conocer a un Dios visible, a un Jesús que rielaba en la mirada de los pobres y alegraba el dolor y el desaliento del vencido. A esa imagen me sigo aferrando en el presente, y no sería nadie sin su compañía. Él justifica todos mis pesares, derrama luciérnagas en mi corazón y me ayuda a encontrar el sentido de mi vida en un mundo egoísta, injusto, irracional, gobernado por un enjambre de escorpiones que le dan la espalda e incineran su mensaje. No obstante, aún más que nunca, creo en su voz, sigo viviendo en sus mágicas palabras (amor, perdón, justicia, entrega al débil), sin dejar de pensar que, entre tanto desamor, es posible aún hacer el cielo aquí, en la Tierra.

2 comentarios:

Miguel Barbero dijo...

Se me hace natural que tu visión de Dios(Jesús, sea de la forma que lo expones. Tu sensibilidad, ya desde niño, te llevó a concebir a Jesús como Hijo de Dios, de un Dios que era el dueño del universo y el Creador del mismo. Es posible que la influencia de tu madre y de tu catequista llegara a hacerte vislumbrar la relación entre el Hijo y el Padre, ¡qué ya es dificil!
Yo, cuando niño, siempre lo ví como "otro" padre que se preocupaba de mi y cuidaba de mi miserable personilla. Es posible que a esa edad yo solo buscara protección sin complicarme en otros análisis mas complicados. Pero nunca sentí temor, al igual que nunca lo sentí con mis padres o con mis maestros. Y como tu dices, yo tenía una fe sin fisuras en Jesús como la que sentía por mis propios padres.
Es con el tiempo cuando he pasado por esas fases en que te acercas a Él y te separas, según convenga; hasta llegar a una cierta madurez, intelectual y personal, donde acepto libre y conscientemente la existencia de un Dios que me ha sido revelado por su Hijo Jesús y que rigen los destinos de todo el mundo junto al Espíritu que los une. ¿También dificil de creer, verdad?
Pues bien, yo creo. Y creo que la Iglesia Católica es su obra de continuación en la Tierra. La que nos marca el camino a seguir y nos apremia en todo momento acerca del amor al prójimo y la ayuda al necesitado. Y me siento unido y hermano de todo aquel que tenga estos mismos sentimientos aunque no pertenezca a mi Iglesia. Y, como a ti, impregna toda mi vida y mis comportamientos aunque como mísero mortal, le defraudo mas de la cuenta. Por ello pido perdón contínuamente y trato de mejorar todos los días. Hermanos como tu, ayudan en gran medida a continuar por los caminos que quiere Jesús.

Alejandro López Andrada dijo...

Gracias, amigo Miguel, por "hermanarte" con mis ideas cristianas y sentirte cerca de mis emociones y mis pensamientos. Es un lujo tenerte como amigo. Compartimos esa fe en Dios que mueve, y da sentido, a todos nuestros actos. Por otro lado, yo siempre he tenido la suerte de no dudar en ningún momento de mi vida de la existencia de Jesucristo; lo que ocurre es que, además de seguir viéndolo como Dios, cada día lo veo más humano y más tangible, más próximo, pues se manifiesta en el dolor, en la tristeza y el desamparo de los demás, pero también a la vez en la alegría y la felicidad del prójimo. Ese ha sido para mí el mayor logro, ver a Cristo en los otros y poder compartir y confundir mis sentimientos con las emociones de todos los que me rodean, porque él está en ellos y su presencia está en todo. Esa es para mí, cada día más, la idea de Dios, la armonía del universo que a todos nos une y nos da sentido. Él es amor, justicia y armonía, pero somos los hombres quienes hacemos, diariamente, que la Tierra sea un infierno en vez de un cielo. En lo que a mí respecta, intento todos los días ser mejor persona y limar mis defectos, que son muchísimos. Por eso no me cuesta pedir mil veces perdón cuando hago daño sin darme cuenta. Sé que soy un ser imperfecto, pero sentir cerca a Jesucristo me da mucha fuerza espiritual y me ayuda a seguir adelante. En eso creo que coincidimos. Por eso agradezco mucho tus palabras emotivas y consoladoras. Recibe un sincero abrazo de tu amigo, Alejandro