miércoles, 2 de noviembre de 2011

La lluvia



Llueve como en los días de la infancia. Hoy comienzo este blog. Es de noche y hace frío. Fuera de casa, la lluvia bate el tiempo y arrastra un misterio lejano en su murmullo. Siempre que llueve me acuerdo de mi padre. Dentro de unas semanas, el mes que viene, en la nochebuena, hará veinte años que murió. Son dos décadas ya conviviendo con su ausencia, con el hueco profundo que dejó su despedida. Se fue con la niebla, con el silencio, con el frío. Lo abrazó la muerte y lo escondió en un nicho blanco. Lo imagino cubierto por el brillo de una lápida, vigilado por el temblor de un arco iris. En su muerte cupieron todas las soledades. No obstante, su imagen sigue viva en mi memoria y ahora esta lluvia de otoño la renueva, reviviendo sus gestos, sus pasos, su mirada.
Esta noche he pasado junto a la tienda de tejidos que él gobernó durante tantos años. He cerrado los ojos un instante y he sentido en mi corazón el mullido resplandor de la felpa abrazando la vieja estantería en la que se apilaban gorras de gamuza, ovillos de lana, bobinas de hilo melancólico. Me ha asaltado el goteo de los días neblinosos cubriendo de vaho los cristales de la tienda y el espacio diáfano del viejo escaparate al que yo me subía, asombrado, cuando niño. Aún suena la radio, al pie del mostrador, flotando sobre un tapete de terlenka, retransmitiendo el bostezo de un partido. Todo lo que ahora recuerdo es lo que soy. Todo lo que ahora percibo en torno a mí es el espacio único en que existo. Al concentrarme tanto en el pasado, ha crujido el sonido del tiempo en mis entrañas y un gusano de nieve ha escalado por mis tripas. Sí, esta noche, él ha vuelto a regresar. Revivir a mi padre tampoco cuesta demasiado. Basta con respirar aire viciado por un humo infeliz de tabaco vespertino y luego escuchar la tos de un cielo agónico. Pero quien mejor lo revive y resucita es la humedad sagrada del otoño. Por esa razón, camino a solas por la calle esta noche desierta, pensando sólo en él. Para recuperar su olor perdido, he cerrado los ojos, sólo unos segundos; luego los he abierto con desgana y he seguido andando chapoteando entre los charcos, sin prisa ninguna, soportando la orfandad de una lluvia muy tierna cabrioleando en mi paraguas.

2 comentarios:

Miguel Barbero dijo...

¡Emocionante! ¡Qué alegría siento al comprobar que hay gente que recuerda a su padre como yo! Estoy seguro que era buen padre, pero el hijo... ¡no es mal hijo, tampoco!
¿Qué ha muerto? ¡Qué va, yo lo veo en el espejo todos los días!
¡Qué buenos momentos nos esperan leyendo en este blog! ¡Gracias Alejandro!

Anónimo dijo...

Quien no ha sufrido y ha sentido, no puede escribir con esta profundidad que tú lo haces.Me gusta como escribes y sientes, enhorabuena por hacer este blogg tan interesante,espero seguir disfrutando.