sábado, 5 de noviembre de 2011
La vida
Según dice el escritor portugués Antonio Lobo Antunes, "la vida es una pila de platos que se caen al suelo". Es una definición curiosa y genuina, pero, a mi modo de ver, es incompleta: no sólo se caen platos de la vajilla (familiares que mueren, amigos que traicionan, lugares que, un día, dejan de emocionarnos...), sino que, también, a la vez que van rompiéndose, vamos renovando con otros la vajilla (amistades nuevas, hijos que llegan, viajes íntimos a lugares que nos conmueven por su belleza...). En la vida se quiebran momentos de oro y vidrio: delicadas figuras ubicadas en algún mueble que abrimos un día para sacudir el polvo durante semanas o meses acumulado. Figuras que, al ser rozadas, se desploman y, tras producir un golpe cristalino y quebrarse en el suelo de la habitación, dejan los estantes del alma desvastados. Cuando esto sucede, el espíritu se agrieta, pues entiende que hay pérdidas duras e irreparables. No hay ninguna palabra, por dulce que ésta sea, que pueda apagar el sonido del adiós que un ser querido nos deja al diluirse en la eternidad granate del silencio. Pero del silencio también brota la luz; y, a veces, nos nace un hijo, o viene el sol, cualquier día de invierno, de la mano de un amigo y la vajilla del alma se renueva. En esos momentos de incandescente magia, la alegría se instala en los estantes del espíritu y podemos abrir los oídos sin temor pues no crujirá ningún plato en las baldosas, ni ningún vaso limpio se estrellará en el suelo.
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