miércoles, 9 de noviembre de 2011
La voz de un amigo
Llega a través del hilo telefónico despertando aromas, imágenes perdidas, rincones cosidos por el brillo de una música abandonada en los sótanos del tiempo. Ahora, la noche es la caligrafía de un par de muchachos felices que dibujan la silueta del viento entre una hilera de eucaliptos buscando el sueño apacible de los pájaros. Es la suya una voz insobornable, limpia, cálida como el reflejo de las nubes rosadas de frío en las paredes del otoño. Entra, de golpe, y recorre mis sentidos con la docilidad de un ruiseñor que, después de haber sido hostigado por un búho, halla en la noche el refugio de un manzano. Ahora que no se estila la lealtad y la fidelidad a las ideas, según vemos a diario en actuaciones de políticos, ha sido borrada por la felonía, tener cerca a un amigo y revivir por el teléfono los momentos perdidos es algo milagroso. No hay nada más bello que la dignidad del hombre. Después de haber visto hoy mismo, hace unas horas, en la familiar portada de un periódico, la imagen grotesca de quien vende y da la espalda a sus compañeros antiguos de viaje, me reconforta oír la firme voz del amigo que vuelve en la luz de los recuerdos para decirme que siempre estará al lado. Hablamos de albercas, de horas lánguidas de estío, de partidos de fútbol, y voy reviviendo su silueta, sus ojos y sus pasos que suenan de nuevo en mi interior con la misma serenidad de aquellos años, cuando la vida era el gesto de un amigo que dibujaba a diario la lealtad, la fidelidad profunda a unas ideas, a una tierra escondida en los latidos de la sangre.
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