Hacía varios días que no escribía algo en el blog. El silencio se había apoderado de mi ánimo y, cuando esto ocurre, no tengo nada que decir y, si acaso lo tengo, no sé cómo expresar lo que, en ese momento, se dibuja en mi cabeza. Un manojo de telarañas anida en mí. Es como estar encerrado en un desván donde hay poca luz y uno debe imaginarse los objetos y las cosas que tiene alrededor sin saber cómo son ni qué forma o medida tienen. Ahí debe acudir la imaginación; pero ésta, en muchos momentos, también falla. Las ideas y las palabras, a veces, son salamanquesas que se escurren por una pared desvencijada sin dejarse coger. Si la inspiración no acude, las emociones son ramas desgajadas antes de florecer o fructificar.
El lenguaje es un tren que a veces no encuentra su raíl y mis palabras se habían descarrilado derramándose por un prado mustio y gris, a la misma orilla de la desolación. Mi inocencia y mi imaginación se habían secado; sin embargo, esta tarde, en el televisor, cuando más apático y triste me encontraba, observé una imagen que me devolvió la luz: unos niños, en mitad de un bosque japonés, corrían y saltaban bajo un manto de luciérnagas. Eran centenares, quizá miles de lampíridos. Había tal cantidad de lucecillas que caían en los brazos y en los ojos de los niños produciendo en ellos una sensación gratísima. El paisaje era un burbujeante resplandor. Y, ante aquella estampa sutil, cerré los ojos y por un momento me vi en aquel lugar. La infancia y la luz agarradas de la mano bajo el nocturno de un cielo japonés. ¿Qué imagen mejor para recibir el nuevo año que la de los niños rodeados de luciérnagas? Pues eso, que las luciérnagas nos guíen en los meses oscuros y plomizos que han de venir, según auguran los economistas y los políticos. Y que nunca, jamás, dejemos de ser niños para que la poesía nos cubra con sus alas y con ella venzamos la desolación y el asco que produce en nosotros, en unos más que en otros, esta sociedad materialista, vergonzosa y pútrida en la que nos tocó vivir, donde los poetas, los soñadores y los idealistas no tenemos cabida y somos tratados como parias.
2 comentarios:
Querido Alejandro: Sabes que entiendo perfectamente tus nostalgias y tu pesimismo frente a la sociedad que nos ha tocado vivir. Pero también nos toca aportar soluciones y tratar de mejorar la situación para los que conformen el futuro próximo. Tu ya lo haces escribiendo tus sentimientos y dejando un legado de compromiso para mejorar nuestro mundo.
Yo espero contemplar esas luciérnagas con la vista levantada hacia el cielo, con humildad y rodeado de aquellos que creen y esperan un mundo mas justo y solidario. Un fuerte abrazo
Gracias, amigo Miguel, por estar en el lado de los soñadores, los idealistas y los hombres positivos. Tu entusiasmo y tu ánimo me llegan en un momento de cierto desánimo personal, por eso te lo agradezco y, en consecuencia, prometo alzar, como tú bien dices, la mirada hacia el cielo con idea de observar la luz purísima de las luciérnagas abriendo con su alegre y romántico burbujeo la oscuridad en la densa infinitud. Feliz año 2012. Un abrazo de tu amigo, Alejandro.
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