miércoles, 25 de enero de 2012

Valencia

He llegado cansado del viaje. Al fin rompí la inmovilidad en la que suelo yacer siempre para desplazarme a una ciudad hermosa que, hasta ayer por la tarde, aún no conocía. Por varias razones me apetecía ir a Valencia; una de ellas, importantísima para mí, era por ver a mi primo Bernardino. Tantas veces me había ofrecido hacer el viaje y, también, tantas veces yo lo había decepcionado que, en esta ocasión, no podía negarme. Además, el Ayuntamiento valenciano me había invitado a hacer una lectura de poemas en un lugar emblemático de la ciudad, el Palau de la Música. Ya no podía esgrimir ningún argumento para eludir el compromiso. No podía negarme, pues también iba a compartir mi lectura poética con el cantautor Pablo Guerrero, quien lleva en sus versos el corazón de la Serena y mantiene conmigo una amistad llena de ríos, de pantanos sublimes, de llanos y horizontes donde se abrazan los cielos y las encinas.

Pasó la lectura, volaron los versos y el Palau quedó atrás en la noche, aletargado en el silencio como una diadema de plata y pedernal coronando una noche de estrellas y eucaliptos. Luis Enrique y Silvia, amables, jóvenes, vitalistas grabaron en varias imágenes el encuentro. El Turia, un río inexistente, fantasmal, dibujaba entre árboles el corazón de una avenida que, a lo lejos, se difuminaba entre automóviles y un bosque parpadeante de semáforos. Cené y dialogué con poetas, mientras Pablo, escondido dentro de sí, tenía en los ojos el insomne aleteo de un alcaraván sin nido. Luego vino el descanso, el sosiego del hotel. Y a otro día, hoy mismo, esta mañana, hace unas horas, apoyando mis ojos en la mirada de mi primo recorrí una ciudad cargada de metáforas, de edificios ingrávidos y metálicas palomas. La ciudad de las Artes y las Ciencias se tendía como un guerrero indolente y gigantesco en el perfil de una luz de piedra pómez, una luz que absorbía el misterio de las nubes. Y yo lo miraba todo y lo sentía con los ojos y el corazón de Bernardino. Catedrales y estatuas, murallas, conventos, y avenidas ocupando el espacio de un río paranormal que está sin estar en la ciudad de los naranjos, gobernando la luz, el resplandor de un mediodía que en Valencia huele a eucaliptus, a roca húmeda. Luego, de nuevo el AVE y el regreso a la inmovilidad y a este refugio donde guardo ahora mismo los sueños, las esquirlas de un viaje muy dulce que nunca olvidaré e impregnará para siempre mis sentidos, mis labios, mis ojos, las calles de mi alma con la dorada paz de los naranjos y las dulces estatuas dormidas junto al Turia.

4 comentarios:

Luis Enrique dijo...

He disfrutado con tu visión de la ciudad. Además, fue un placer asistir al acto y verte junto a mi padre.
Un abrazo

Alejandro López Andrada dijo...

Gracias, Luis Enrique, por tus palabras tan cálidas y sentidas. Me alegró muchísimo veros a ti y a Silvia en el Palau de Valencia. También disfruté muchísimo con la presencia de tu padre. Tienes que estar orgulloso de él, pues es una bellísima persona. Para mí es casi un hermano: desde niño me llevo con él fenomenal. Fue una gozada ver la ciudad del Turia a través de sus ojos, de su mirada limpia y poética. Recibid tú y Silvia, tu padre y toda la familia, un sincero abrazo de quien os quiere, Alejandro López Andrada.

Luis Enrique dijo...

Gracias a ti. Mis comentarios se quedan pequeños al lado de tus palabras. Nos mantenemos en contacto.
Saludos

José Puerto dijo...

Enhorabuena por ese recital de altura y con tu amigo Pablo... ¡Valencia bella y pagana!... Es una canción que me encanta de Eliseo Parra. Yo la conocí por obligación haciendo la mili, me hice un esguince de tobillo, no me echaron cuentas y al final me tuvieron con la pata tiesa en el hospital militar más de una semana. Otra vez, vino el Papa, Juan Pablo, recien elegido y dieron permiso en el cuartel para ir a verlo (yo estaba en Castellón), estuvimos todo el día de copas y al volver se averió el tren, llegamos tarde y el capitan de cuartel, que era de la marca HP como los ordenadores de ahora, nunca mejor dicho, nos estuvo examinando a ver qué había dicho el Papa en su sermón... Volví en Semana Santa el año pasado para enseñarles a mis niños la Ciudad de las artes y el oceanográfico. Descubrí el mercado central recien restaurado que me encantó y en él un puesto de hortaliza donde compré los planteles de tomates, los pimientos y las berenjenas que me he comido este año después de varios de no sembrar huerto.

Bueno, Alejandro, anímate que te veo muy decaído en la última entrada. La cosa está fea pero no lo estuvo mejor en los años de posguerra que tú conoces y retratas tan bien. De aquí se saldrá, aunque a lo mejor habrá que ponerlo todo patas arriba y que se cumpla lo que dice una copla muy antigua que ultimamente se me ha aparecido varias veces:

Cuándo querrá el Dios del cielo que la tortilla se vuelva
que los pobres coman pan
y los ricos mierda, mierda.

Bueno, la letra es muy simple, pero vale para los bancos y las multinacionales que nos chupan.
Ánimo Alejandro. Un abrazo