De una manera casual, sin esperarlo, buceando en las aguas tranquilas de youtube, encuentro un tema musical de mi niñez. Es una canción feliz de Manolo Díaz (un cantautor que yo admiraba mucho) con un título, ya de entrada, sugerente: "Ayer tuve un sueño", una linda melodía abierta a la paz y al milagro del amor. Cuando antaño oía este tema musical sentía en mi interior una felicidad crujiente, una especie de rara alegría aderezada con una pizca de esperanza añil. Y hoy he vuelto a sentir lo mismo extrañamente, una fusión de ternura y entusiasmo que penetra en mi carne como un fogonazo azul. He cerrado un instante los ojos y he logrado, con muy poco esfuerzo, trasladarme unos segundos al espacio concreto en el que, una noche de noviembre, yo escuché por vez primera esta canción.
Era un bar pequeño que había frente a mi casa y esa noche llovía, recuerdo que llovía con una fatal y hermosa languidez. Frente a mí, en blanco y negro, había un televisor, y mi padre charlaba con unos amigos de aquel tiempo junto a la barra musgosa. Ahora están muertos. Mi padre y aquellos amigos ya no existen; sin embargo, la luz que contiene esta canción de alguna manera, al rozarlos, los revive, los resucita en una realidad donde sigue lloviendo blanda, lentamente, mientras que un niño (yo mismo) de diez años se mantiene perplejo frente a un televisor en el que percibe, a pesar de su inocencia, el aura de un sueño que aún no se ha cumplido y ahora, sin embargo, después de casi medio siglo, muy dentro de él mismo se ha materializado inundando su espíritu de una sagrada paz que nadie jamás de no experimentarla y sentirla en sus ojos podría comprender.
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