Hay una especie de honda claridad impregnando lo que ella roza con sus manos. Ilumina los ángulos de mi melancolía, las esquinas más torvas de mi pensamiento. Me habla con su silencio lleno de árboles, con su voz de horizonte, rota de alegría, y siento una enredadera de emociones escalando mi corazón. La necesito. Cuando ella no está a mi lado todo es noche, pero cuando me habita despacio y entra en mí, cuando sus ojos se elevan sobre el frío de los míos deshabitados, veo un ejército de aves de mal agüero que se alejan para dejar su hueco a las alondras. Al lado de su quietud, crecen mis alas.
Entre sus labios se eleva un arcoiris. En su sonrisa hay jilgueros, rosas de agua, flores inmarcesibles de cerezo. Dentro de su mirada hay una luz que viene de lejos y penetra en mis sentidos. Me gusta quedarme dormido en el sigilo que, a mi alrededor, tejen sus palabras. A veces no habla, sencillamente mira y con su mirada borra mis presagios. Ella es quien da sentido a mi existir. No hace falta que diga su nombre. No es preciso que diga quién es. Sólo con nombrarla, en mi pecho arden las nubes, se deshacen, y la luz abre huecos, cruje y se hace tierna cuando siento que a mí van llegando sus pisadas.
Lleva conmigo más de media vida. Entre los dos sumamos la paciencia de resistir queriéndonos, soñándonos, dibujando el boceto de un lento porvenir que, a veces parece oscuro, pero es suave cuando ella lo toca y lo nombra con su voz, esa voz que me habita y cura la desolación, el desaliento, el peso de las sombras que caen sobre mi conciencia algunas veces, cuando ella no está y el silencio es un raíl por el que se alejan los buenos días perdidos. En ella no existe la bruma del pasado. Me gusta vivir cerca de su resplandor, apretado como un gorrioncillo a sus silencios, en el tembloroso alero de su luz, esa luz que me abarca y me cubre con su manto de sencillez, de honda claridad, un resplandor que cubre mis errores y borra mis miedos, mis odios, mis fracasos. Su presencia lo llena todo. Algunas veces, su respiración me abriga y me alimenta. Ella es esa herida que se abre en el azul, cuando la noche lenta va llegando y un rescoldo de cuarzo borda el infinito, la línea gaseosa que urde las estrellas, la eternidad circular de las galaxias.
5 comentarios:
¡Cómo te refieres al amor sin nombrarlo! igual que a la mujer que te acompaña en este tu camino.
Un abrazo.
Gracias, amigo Conrado, por tus palabras. Efectivamente, hablo del amor y, concretamente, de uno muy especial, como bien dices: el de la mujer que me acompaña desde hace treinta años. "Ella lo tiene todo", como decía una canción del grupo The Kins en los años 60. Sin ella no sería nada. Un cálido abrazo.
alejandro leyendote se me llena el corazon de una paz que en la situación familiar despues de perder a mi mujer¡EL AMOR DE MI VIDA!me es como la medicina que me sirve de recojimiento para sentirla dentro de mi.GRACIAS
Amigo Manolo, siento muchísimo la pérdida de tu mujer. Me pongo en tu lugar y entiendo cómo debes sentirte. Por otro lado, me llena de una enorme satisfacción saber que mis escritos de algún modo te consuelan. Sólo por eso, por dar consuelo a alguien,ya merece la pena escribir. No hay nada más hermoso en esta vida que ayudar y dar cariño a los demás. Por eso agradezco muchísimo tus palabras. Quiero que sepas que entiendo muy bien lo que dices y, por eso,me siento muy cerca de tu dolor. Te envío un sincero y cálido abrazo, junto a mi ánimo y mi gratitud.
¡qué bonito!ya me gustaría a mi que me escribieran estas cosas tan bonitas,os conozco a los dos y ella se merece todo lo que le dices.GRACIAS por hacernos partícipes de la delicadeza de tus escritos y compartirlo con todos nosotros,bsos
Publicar un comentario