sábado, 21 de abril de 2012

La llamada de un ángel


      Es mucho más que un hermano para mí. Mi alma y la suya son casi gemelas. No obstante, es más puro y diáfano que yo. Vive lejos de mí, pero siempre está a mi lado, sigue pegado a mis ojos igual que entonces, como cuando en la infancia venía a la tienda de tejidos que regentaba mi padre y contemplábamos el dolor de la lluvia arando la piel de las paredes y adormeciendo con su murmullo un mundo que se sostenía en la hogaza de los pobres, en la orfandad de las viejas chimeneas.  A veces me llama cuando más hundido me hallo y su voz, al instante, expulsa el miedo de mi espíritu ayudándome a reencontrar la paz perdida, la ilusión que hace un tiempo aún me alimentaba y se fue desgastando como un fósforo en el aire.

        Jamás le podré pagar, aunque lo intente,  lo que hace por mí. En él todo es sosiego. Sus palabras son limpias como alcaravanes de oro que regresan de una niñez de naftalina y vuelan sobre mis ojos levantándome, salvándome del lodazal en que había caído. Es verdad lo que él dice: no tengo derecho a estar tan triste, ni a respirar tanto aire derrotado. Me muestra despacio el ejemplo de su vida, la nostalgia del pueblo, la ausencia fraternal,  la enfermedad terrible de su padre... Y, a medida que me va hablando, interiormente pido perdón al mundo por quejarme, por mostrar, sin ningún motivo, a los demás, a ese puñado de gente que aún me quiere, el insoportable hedor de mi tristeza, la pústula sin cerrar de mi amargura.

 Al pie de los suyos, mis problemas son tan leves que ahora siento vergüenza de no haber sabido ver, quizá por puro egoísmo o por torpeza, los ángulos  positivos de mi vida. Tengo muchos trozos de luz a los que agarrarme para iluminar día tras día, a cada instante, esta oscura y terca tristeza que me ahoga. En la conversación que hoy sostuvimos lo sentí tan uncido a mi desolación que reverberé abrazado al entusiasmo que transmitía su voz. Su humanidad puso sobre mi dolor gasas de olvido.

Tras una sencilla llamada teléfonica, conectó en un instante mi alma a la alegría. Por eso, y por otras razones, tengo en él, en mi predilecto primo Bernardino, una columna de fe a la que agarrarme cuando la vida se agrieta entre mis dedos. Aunque vive lejos, en Valencia, sigue aquí, como un soplo de viento infantil de esa dehesa en la que tenemos enraizada la memoria, la fibra más limpia y azul del corazón, la que sigue aún atándonos al temblor de la inocencia que transpira en la paz de la niñez perdida.



4 comentarios:

Anónimo dijo...

La distancia es un universo
de pueblos y gentes,
de tiempo imperdonable.
Un inquieto sigilo y silencio
para ir a ningún sitio,
tan sólo al lugar que me pertenece,
donde pueda erguir sin pretensiones
el dolor y el placer
de los que sienten.

Anónimo dijo...

Hoy ha compartido Bernardino foto en su muro de facebook, que deberias leer ,VIVE , si el lo hace todos podemos

Luis Alonso dijo...

Decía ayer aquí que he conocido este blog gracias a un amigo de toda confianza que me ha hablado de él -"te va a gustar", me dijo- y de su autor. Y en efecto, por lo que llevo leído, me gusta y mucho. Y decía también ayer que el post del 13 de abril, "violines y ruiseñores", me parece maravilloso. No sé qué ocurrirá hoy, pero ayer no conseguí publicar aquí el comentario. Veremos. Un saludo.
Luis Alonso
diariodeuncopyencrisis.blogspot.com

Alejandro López Andrada dijo...

A los anónimos les doy las gracias por participar en mi blog y animarme. A Luis Alonso le agradezco hondamente sus palabras de afecto. Es bonito escribir para los demás, aunque cuando uno lo hace se sienta solo y no piense, a mí siempre me ocurre, en sus posibles lectores. Transmitir a alguien mis sentimientos y mis emociones es, sinceramente, algo impagable a la vez que maravilloso. Sólo por eso merece la pena ser escritor. Eso me hace sentirme útil. Gracias y abrazos.