Es un lugar muy puro donde ya no hay dolor,
el rincón donde vive
la gente que yo amo y el silencio
es la mano
que abre y despliega el mundo. Como el ala de un pájaro
que cubre la alta sombra
de los chopos que amparan la siesta de los niños,
la pureza abismal de las tórtolas dulces que nunca he de olvidar,
mi corazón gravita en esta lejanía.
Donde no tiene entrada la gente que me odia
y el aire es un cuchillo
de luz que mueve el tiempo
y se adentra en el pecho de las casas de amor.
Donde no duermen nunca
los banqueros de estiércol y se asienta el cansancio
como una antigua flor
que exhala soledad y abriga un horizonte lleno de golondrinas.
Es un rincón de paz
erigido en la noche más blanca de la tierra,
abierto a las pupilas de los hombres más puros,
hombres con fe de niño,
esos hombres que saben que Dios sólo es amor
y no oro dormido en hondas catedrales.
Donde no quedan pobres debajo de una cruz,
ni luz secreta y negra,
ni bosques entre los los dedos de un sol capitalista
que rige los abismos de una gris sociedad
regida por soberbios
que sólo dan dolor, un dolor que no acaba
y se nutre de hombres y arrodillados cielos.
Un lugar que me habita
sin saber que lo hace,
sin saber que en mi alma hay ciervos levitando y una paloma de agua
que no puede llorar, aún no puede llorar,
donde sólo hay amor y una ternura angélica. Detrás de los espinos.
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