domingo, 6 de noviembre de 2011

El viajero inmóvil

Algunos de mis amigos más cercanos no entienden, ni aceptan, que no me guste viajar. Me miran como si fuese un bicho raro. Dicen que pierdo excelentes ocasiones de conocer ciudades barnizadas por una belleza artística exuberante o de contemplar paisajes decorados por la nieve más lenta y el silencio más azul. Yo trato de convencerlos señalándoles que la belleza existe en cualquier parte y que en un pueblecito, aunque no venga en los mapas, cabe el universo inmenso, heterodoxo, con todos sus ángulos y posibles perspectivas. Por eso, a veces viajo hermosamente cuando observo el atardecer sobre los campos y el acerado temblor del infinito (el perfil rosado de la lejanía) vuela, un instante eterno, entre mis ojos y se tiende en mi alma como un alcatraz de amor. Otras veces viajo sentado a unos metros del Juncoso, contemplando el agua que viene a mi alma susurrando sugerentes historias de mineros y hortelanos que aún siguen cavando la clara oscuridad. Para mí, resumiendo, es más fácil creer en Dios que hacer un viaje de cinco mil kilómetros a un país cincelado por un buril de playas lánguidas. Además, no soporto la altura de un avión. Reconozco que soy un viajero extraño, inmóvil, y que sólo me muevo entre los círculos del tiempo, entre gloriosos instantes del pasado, esperando que llegue el futuro aquí sentado, acariciando el sigilo de los mapas, acogido en los brazos de la lentitud.

4 comentarios:

Conrado Castilla dijo...

Viajar amigo Alejandro siempre nos puede enriquecer vitalmente, pero ese viaje interior que hacemos en nuestra propia tierra, en sus sonidos, en sus recuerdos o en sus paisajes hacen que nos sintamos un poco más vivos y fruto de esa interacción con la tierra es lo que hace surgir esos pensamientos que se plasman en entradas como esta. Un abrazo.

El gallinero dijo...

QUERIDO AMIGO:
EN MI GALLINERO PENITENCIARIO III, HE PUESTO TU MARAVILLOSO BLOG COMO ENLACE.
ENTRA EN EL, UN ABRAZO.
Pedro

Miguel Barbero dijo...

También deberías haber afirmado del profundo temblor que el viaje realizado, próximo a las cunetas por una carretera de altura, te produce. ¡Hágase constar!
Pero llevas toda la razón, para desplazarse a cualquier lugar, no es necesario ir a allí. Nuestra alma o nuestros pensamientos pueden ser magníficos vehículos que nos llevan a donde deseemos, con tan solo desearlo. Un abrazo

Alejandro López Andrada dijo...

Muchas gracias, amigo Conrado, por tu opinión y tu modo de ver ese viaje interior que yo tanto practico a diario en contacto con nuestra tierra. También agradezco la opinión de mi buen amigo Pedro (nos unen tantos recuerdos de la infancia y la adolescencia) y la aportación personal del amigo Miguel Barbero, que vivió en primera persona la triste experiencia que tuve en un viaje que hicimos al Valle del Jerte, cuando, al cruzar el puerto de Honduras, al pie de Hervás, sufrí un ataque de pánico, o de vértigo, y, cuando bajamos al valle, besé el suelo como el Papa, pues no me podía creeer que aún estaba vivo. En fin, circunstancias agridulces de mi vida que, ahora, en la distancia, recuerdo con un cierto grado de humor, pero que, entonces, viví como una experiencia angustiosa fatal. Lo dicho, un abrazo y gracias por entrar en mi blog. Vuestro amigo, Alejandro.