miércoles, 27 de junio de 2012

Los porqueros


Vareaban la noche, la luz de las estrellas, para soportar la inmensa soledad del campo.  No obstante, eran felices a su manera: tenían libertad, aunque eran pobres y soportaban los consejos del amo que, más de una vez, les hacía ver que eran esclavos de unas circunstancias demasiado difíciles y duras para ellos.

No sabían leer, aunque descifraban la poesía y el dolor que encerraba la mano del viento al traspasar la bóveda desvaída de su choza. El frío era un luto blanco en sus pestañas, la pura reverberación de una pobreza que se alimentaba de nidos y de espárragos. Y aún así, según sus amos, eran felices porque no les faltaba un puñado de garbanzos para apaciguar su existencia desvalida. Su fragilidad cabía en una lágrima.

Hoy, cuando cruzo al pie de las zahúrdas derruidas y hermosas que el musgo cubre en la dehesa, pienso en la libertad que no tuvieron, en su pobreza herida, en su incultura, una incultura encendida por aquellos que gobernaron sus vidas. Su existencia era un grumo de penas cosidas por el aire. Hoy, que peligran tantas libertades, cuando la cultura, la educación, la sanidad, son golpeadas, pisadas, diariamente, siento la extraña pobreza, la orfandad que debieron sentir aquellos hombres sin futuro, apegados a los ciclos que marcaba la dehesa. Hoy respiro, cierro los ojos, oigo el aire penetrando y saliendo a empellones de mi espíritu, y siento dentro de mí  la rebeldía, y a la vez, la extraña y violenta mansedumbre, que yo vi de niño flotar como una lágrima en la mirada gris de los porqueros. Se me agrieta el futuro y el pasado pesa en mí como un cielo de plomo cuando pienso en esa imagen.  

2 comentarios:

luis alonso dijo...

"la extraña y violenta mansedumbre" de Alejandro, "ángel fieramente humano"

Alejandro López Andrada dijo...

Efectivamente, Luis Alonso, esa suma de contrarios, de emociones tan distintas y distantes (la rebeldía y la mansedumbre) era lo que desconcertaba al niño que veía una desgarradora humanidad y fragilidad en la mirada de los porqueros. Por eso la sensiblidad de aquel niño que fui en los 60 ha brotado de nuevo en mí, debido a que la atmósfera de estos tiempos que vivimos me ha recordado la de aquellos otros tan duros e injustos de una España plomiza y gris que algunos se están encargando de reeditar en una nueva edición más dura y negra aún. En fin, amigo Luis Alonso, esto es lo que hay. Aún así nos queda la palabra, como decía el autor de aquel "Ángel fieramente humano" que tú aludes en tu comentario. Muchas gracias por tus palabras. Abrazos.